Como exhibe el análisis materialista y dialéctico de la historia, los saltos cualitativos en los modos de producción, no operan en forma esquemática y autocontenida dentro de fronteras determinadas y contrapuestas, sino que se generan múltiples espacios de coexistencia y frágil convivencia donde los nuevos modos de producción se van imponiendo progresivamente a las viejas formas, hasta desequilibrar la balanza a su favor y lograr el aniquilamiento de los viejos modos de producción, por extinción. Pero la contradicción principal del capitalismo contemporáneo surge del hecho que, al avanzar en su ambición desesperada por trascender las fronteras de las naciones, doblegar las viejas regulaciones internacionales y crear nuevos circuitos de circulación mundial del capital, genera gigantescas masas de hombres y mujeres que se degradan a la categoría de población sobrante para el capital, por lo que éstos se ven obligados para su subsistencia, a recrear -de una u otra forma-modos de producción caducos y ya superados, retrasando así el continuo desarrollo de los modos de producción social. Entonces este nuevo proceso transnacional de concentración y centralización de capitales, abre un gran desafío político y cultural para nuestras sociedades, que es el de volver a pensar hasta dónde pretenderá llegar la voracidad capitalista por intentar retrasar la disminución de su tasa de ganancia, y hasta dónde la población mundial le permitirá llegar, tolerando la brutal degradación de la condición humana. En lo esencial, en la década del ’70 ya estaban creadas las premisas económicas, ideológicas y científico-técnicas que estimularían el avance sin riendas del imperialismo hacia lo que, con toda propiedad, podemos considerar un nuevo estadío de su desarrollo: el Capitalismo Monopolista y Financiero Transnacional. Las asociaciones de capitalistas y las fusiones de empresas monopólicas, derivadas de la acumulación del capital proveniente de la explotación de la compra-venta de trabajo por salario, que en épocas de Marx constituían “hechos secundarios, indiciarios” y en épocas de Lenin se presentaban como “funciones complementarias de los monopolios nacionales”, se convierten progresivamente en “relaciones principales, esenciales, determinantes, consustanciales a la nueva forma transnacional de reproducción ampliada del capital”.
La regulación económica del Estado-nación que controlaba, completaba y agotaba íntegramente el universo de la rotación nacional del capital, va cediendo terreno a una regulación transnacional de la circulación del capital, hasta convertir a los Estados nacionales en agencias sólo aptas para intentar una regulación subordinada, parcial, fragmentaria, de ciertas fases de una rotación mundial, especulativa en esencia, que escapa a su control y se presenta como una fuerza hostil que lo acota desde fuera. El fundamento de este proceso es la vertiginosa aceleración de la concentración dela propiedad del capital social en forma de monopolios privados transnacionales. Tal concentración tiene lugar, principalmente, por la vía de la fusión de capitales cada vez mayores, provenientes de diferentes matrices nacionales imperialistas, aunque también mediante la superexplotación intensiva de diversos segmentos diferenciados de fuerzas productivas combinadas a escala mundial, la expropiación de capital de los mercados de consumo, el uso de mecanismos financieros orientados a perfeccionar el proceso de extracción de plusvalía al trabajo asalariado y potenciar la transferencia centralizante de ganancia neta, la transformación de los Estados nacionales atrapados en la extorsiva red de la deuda externa en proveedores netos de capital en relación con los conglomerados transnacionales de poder económico, la privatización de empresas públicas devaluadas de manera artificial y la fuga profusa de capitales. No es pequeño, en este sentido, el aporte monetario proveniente de la comercialización ilícita de armas, el tráfico de drogas y la mercantilización forzada del sexo, síntomas evidentes de un elevado grado de descomposición moral y social del sistema capitalista. Hoy asistimos a un reparto del capital mundial sobre nuevas bases. Durante el período de formación del capital monopolista y de fusión de este capital con los aparatos estatales nacionales, el dominio de las colonias tenía como fundamento la conquista económica y política de la mayor cantidad posible de territorio, con el objetivo de garantizar el control sobre los recursos naturales y la fuerza de trabajo barata. La voracidad monopolista se extendía incluso a zonas cuya explotación no era aún rentable, pero que constituían reservas potenciales para una posible futura expansión. A diferencia de esto, aunque el imperialismo transnacional necesita extender, mantener y profundizar su dominación sobre todo el planeta, la competencia económica ínter monopólica se desarrolla, en lo fundamental, mediante la disputa por el control delos mercados de todas las naciones capitalistas, incluidas las zonas “marginales”del mundo que forman parte del capitalismo transnacional, tales como los llamados “paraísos fiscales” y “plataformas exportadoras”, los territorios con importantes reservas de materias primas y con recursos naturales estratégicos, y los mercados regionales relativamente grandes. Los gigantescos procesos integradores promovidos por la gran oligarquía financiera transnacional y por las oligarquías y sectores de la burguesía a ella subordinados, constituyen claras expresiones de la obsolescencia de la división económica “ínter” nacional del mundo, característica típica de la época del predominio del Capitalismo Monopolista de Estado Nacional. Estos procesos se realizan hoy mediante complejas legislaciones integradoras, caracterizadas por la desregulación “hacia adentro” -favorable a los capitales fuertes-y el proteccionismo “hacia fuera” destinado a evitar la competencia de otros bloques económicos. Las nuevas unidades geoeconómicas en gestación procuran forjar y dominar vastos mercados para el capital transnacional, en cuyos espacios nacionales una masa importante de competidores débiles -hasta el momento sobrevivientes bajo la sombra del proteccionismo del Estado Nacional-van quedando desplazados de la feroz competencia, mientras unos pocos monopolios tienden a convertirse en proveedores privilegiados de mercancías de las extensas zonas económicas emergentes. El principal proceso integracionista regional del mundo es, sin dudas, la Unión Europea, que avanza hacia la unificación, en un solo ciclo transnacional, del capital dinerario, productivo, mercantil y ficticio de varias corporaciones imperialistas consolidadas en sus naciones, cuya finalidad es contrarrestar el poderío del imperialismo norteamericano,y la nueva y poderosa potencia China. El imperialismo norteamericano, por su parte, tras la suscripción del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), intenta forzar el establecimiento de una Zona Hemisférica de Libre Comercio de las Américas (ALCA), con el objetivo de crear un coto cerrado para la reproducción privilegiada del capital financiero de origen estadounidense. Por su parte, los proyectos de integración de las economías que funcionan con relativas autonomías locales, características de algunos países “periféricos” gobernados por fuerzas políticas mas o menos “democráticas o seudo-populares”, constituyen espacios de “resistencia” frente al peligro de absorción monopólica completa por alguno de los bloques económicos dominantes. Sin embargo, en la medida que no logren eludir las normas impuestas por el capital monopólico y financiero transnacional, generarán condiciones objetivas para esta absorción. El MERCOSUR, por ejemplo, crea un vasto mercado codiciado por los capitales más concentrados, que absorben o destruyen los capitales locales de baja composición orgánica transnacional. El CFT, al tiempo que estimula la competencia entre las burguesías, todavía de cierto carácter “territorial, nacional” subalternas de los Estados miembros, lleva a estos a una demencial carrera hacia la desregulación económica y la flexibilización laboral, que termina -como sabemos-haciéndolos “atractivos” para los flujos de capitales transnacional más concentrados, a la vez que “autodestructivos” para las residuales burguesías nacionales y funestos para los pueblos. El proceso de redistribución de las “zonas de influencia”, destinado a crear espacios mayores de integración, agudiza las contradicciones ínter imperialistas y las existentes
entre los capitales monopolistas transnacionales y los capitales no monopolistas a él subordinados. El desarrollo de estas contradicciones conduce inevitablemente a la agudización del enfrentamiento económico y político entre los grupos imperialistas de los bloques regionales de países capitalistas, por una parte, y entre éstos y los pueblos de las naciones y regiones menos integradas al imperialismo que se muestren hostiles a la penetración forzada del capital transnacional, por otra. En la puja políticaexistente entre el proyecto estadounidense de creación del Área de Libre Comercio de las Américas y los intereses de la Unión Europea -que ya suscribió un acuerdo con el MERCOSUR-por ejemplo, se manifiestan muchas de estas contradicciones. En el resto del mundo, donde las condiciones económicas y productivas no alcanzaron el desarrollo necesario para permitir la explotación capitalista mediante la integración subalterna de sus mercados y fuerzas productivas, poblaciones enteras, regiones, países y hasta continentes quedan marginados de los circuitos y ciclos de rotación del capital monopolista, pero siguen subordinados a él por una densa y criminal madeja de mecanismos de dominación económica, política, militar e ideológica. Entre estos mecanismos, es necesario destacar el intercambio económico desigual, asentado en lo fundamental sobre el control de la masa de dinero mundial. Justamente el intercambio de la mercancía dinero constituye la forma más importante en que se manifiesta la ley del intercambio desigual: hoy día resulta imposible asegurar que el valor de cambio de una moneda se corresponde con las determinaciones económicas del valor. Algo análogo ocurre con el resto de las mercancías, incluso con aquellas que son producidas en los países menos desarrollados. Al exigir la “convertibilidad” de las monedas débiles como condición para “insertar” las economías que funcionan en dineros locales en la economía transnacional, la oligarquía financiera amplía su dominio sobre la masa dineraria mundial y crea un mecanismo más rígido y severo de dominación económica, que le permite desvalorizar y absorber el capital proveniente de los esfuerzos de los pueblos que logran encaminarse a alcanzar una mayor eficiencia y productividad de manera independiente.
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