Mariano Moreno

Si los pueblos no se ilustran, si no se divulgan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que puede, vale, debe, nuevas iluciones sucederán a las antiguas, y será tal vez nuestra suerte cambiar de tiranos sin destruir la tiranía.
Mariano Moreno

domingo, 3 de abril de 2011

Situación Nacional

Tratar de analizar la situación política actual, nos demandará el esfuerzo de comprender cómo finalizó la década del ´90 con Menem a la cabeza. El neoliberalismo de los ´90 estuvo encabezado por el bloque más conservador y reaccionario, representantes de la alta burguesía (financiera, monopólica y agraria) que ya habían iniciado (sobre todo con la última dictadura cívico-militar) un avasallamiento sobre el estado nacional, con el objetivo de generar el andamiaje legislativo y judicial para poder llevar a cabo sus planes de saqueo de riquezas.


Durante el primer gobierno Menemista se llevó a cabo una profunda reestructuración del modelo de acumulación capitalista, a través de lo que se llamó “programa de reformas estructurales” que contemplaba una vertiginosa privatización y desprendimiento de empresas públicas y nacionales, la des-regularización generalizada de los mercados internos y la apertura externa a los flujos de mercancías y capitales, más financieros que productivos. Por supuesto todo esto pudo ser aplicado con suma precisión debido a la complicidad de la gran mayoría del sindicalismo peronista y de los diversos partidos tanto de derecha como de las mal autodenominadas izquierdas, y por una extensa y muy bien orquestada campaña periodística, de todos los grandes medios de difusión.

La mayor integración del mercado local en el mercado internacional, tuvo como resultado una fuerte presión de los monopolios internacionales hacia sus cedes locales y lo poco que quedaba de monopolio “nacional”, para poder entrar en la competencia mundial. La resultante de esto fue un alto disciplinamiento social, que consolidaría la nueva relación de fuerzas entre las clases y fracciones de clases impuestas durante la crisis inflacionaria. Esta consolidación de una nueva relación de fuerzas sería condición de posibilidad para la posterior restructuración de la acumulación y recomposición de la dominación capitalista.

La amenaza de hiperinflación, que pendía por sobre las cabezas de nuestro pueblo y de las clases subalternas, como espada de Damocles, fue la solución de más peso a la hora de contener a una clase trabajadora desconcientizada y traicionada por su dirigencia y a una mal auto denominada burguesía nacional, con los sectores medios que pensaban ser convidados de las ganancias producto de la entrega del país a los capitales que profundizaban sus lazos con el capital monopólico y financiero transnacionalizado.

Este proceso de entrega y re-estructuración capitalista no se podría haber llevado a cabo sin toda una normativa legal que le permitiera al capital poder seguir en la competencia en algunas ramas de extracción primaria con el mercado mundial, y para esto recorto ferozmente beneficios y conquistas sociales que supo conseguir la clase obrera a través del tiempo, decretando y o votando en ambas cámaras legislativas leyes de flexibilización laboral, extendiendo las jornadas de trabajo, expulsando del Estado una enorme cantidad de empleados y, en complot con el sindicalismo, avalar el despido de millones de trabajadores de todo el país.

El menemismo que se había enfrentado a la renovación peronista encabezada por Cafiero, y le había ganado la interna con la parafernalia del poncho y el caballo, y el financiamiento a través del dinero que montoneros giraba desde el exterior, hicieron posible que el pueblo abandone la desdicha radical y se suicidara con el menemismo.



En estas condiciones transcurrió la década del ´90. Ya entrado el 2001 y con de la Rúa en la gestión, el proceso de centralización y concentración de capitales seguía su marcha, pero la crisis que se venía profundizando, sobre todo por las condiciones sociales en que estaba sumergido el pueblo, estaba llegando a su punto máximo.

Es así que, en diciembre de 2001, estalla dicha crisis producto de las últimas medidas, que terminaron por rebalsar la dilatada tolerancia social con los arbitrarios manejos del capitalismo bancario y financiero trans-nacional. Nos referimos a medidas restrictivas del acceso de los ahorristas a sus propios depósitos bancarios y -por último- la restricción a las cuentas salariales y el vaciamiento de dólares de los tesoros de todos los bancos y financieras privadas: “el corralito” y “el corralón”, que ayudados por la tan conocida mano de obra desocupada del Estado pero reclutada por lo más rancio del peronismo, y ayudados por las policías provinciales -sobre todo el P.J. de la provincia de Buenos Aires- terminaron en el saqueo de comercios que fue la mecha inicial para que miles y miles de argentinos en el todo el país salieran a las calles sin ningún tipo de organización que lo dirigiera ni contuviera. Sólo la manifestación de un pueblo harto del saqueo y la expoliación capitalista.

Esta revuelta mantuvo en jaque no solo al gobierno de turno sino también a todas las instituciones del Estado por un tiempo nunca antes conocido por la clase burguesa, que tuvo que auto elegir cinco presidentes para empezar a reencauzar la institucionalidad burguesa.

El pueblo carente de toda organización política reaccionó y la burguesía se asustó como hacía años no lo sentía... Tal vez en el Cordobazo y en todo el despliegue de las fuerzas revolucionarias de fines de los ´60 y hasta mediados de los ´70 había experimentado un susto semejante.

La representación política de la burguesía, o sea el conjunto de los políticos gerenciadores del capital transnacionalizado, estaban siendo cuestionados y superados día a día por un pueblo que avasallaba las instituciones, pero sin tener en claro hacia dónde iba, provocando un severo vacío de poder.

Por supuesto, este enfrentamiento no le salió gratis al pueblo, el Estado reprimió a lo largo y ancho del país y hubo más de 30 muertos. Y dicho sea de paso, ninguno de los políticos de ese momento (que son los mismos de ahora) salieron a repudiar la represión, ni tampoco se los vió marchando junto al pueblo, reclamando a favor de éste.

El tránsito Duhaldista no hizo más que generar el espacio para que los sectores más concentrados del capital cambiasen la estrategia de extracción de plusvalía. El ciclo de extracción salvaje, financiera y parasitaria había llegado a su fin, y los había hecho comprender que la política económica que venía aplicando los estaba llevando a un callejón muy peligroso, el cual les podía generar la transformación de una situación de revuelta y sin dirección política en una insurrección dirigida políticamente.

Rápidamente el capital comenzó a redefinir su política y logró consensuar -dentro del pejotismo- la figura de Kirchner como sucesor de sus planes.

Está claro que todo esto pudo ser llevado a cabo gracias a la falta total de organizaciones políticas del campo popular con capacidad para identificar con claridad al enemigo, unificar sectores dispersos tras los intereses del proletariado, generar tácticas que les permitiera interceder en la unidad del bloque hegemónico y elevar el nivel de conciencia de las clases trabajadoras para avanzar por más en su lucha.

El kirchnerismo ha sido -y es aún- lo más lúcido que fue capaz de generar la burguesía, luego de la recuperación de la democracia, ha sabido demostrar que los grandes monopolios (tanto industriales, bancarios y financieros, como agrarios, mineros, pesqueros, petroleros, transportistas, mediáticos, etc.) han alcanzado niveles de ganancias récord en los últimos 20 años, han diversificado la producción y han logrado introducirse en el mercado mundial con precios competitivos, sin generar resquemores en la sociedad , por el contrario, supieron construir una base social y militante -tanto de izquierda como del propio justicialismo- que el propio menemismo había destruido durante su gobierno .

Con algunas concesiones importantes para el pueblo, que venía de los últimos 13 años en continuo retroceso, como aumentos salariales -a través de asociarse a las cúpulas sindicales y permitiendo que estas pulseen con el capital- disciplinado de alguna manera la exacerbada extracción de plusvalía, el otorgamiento de un millón de jubilaciones para los no a portantes, y múltiples planes de subsidios de todo tipo, lograron construir consenso, legitimaron nuevamente el Estado burgués, incentivaron la militancia político-partidaria avalada por un amplio espectro de intelectuales, artistas y personas destacadas de la cultura, cubriendo así un vació que la burguesía arrastraba desde hacía más de una década. Tuvieron la iniciativa de reabrir algunas de las causas por la represión genocida de la última dictadura, sobre todo las más resonantes. De esta manera lograron sumar adhesiones a su proyecto político, esencialmente porque fueron capaces de imprimirle un nuevo empujón a los juicios, que habían tenido una primera etapa con el enjuiciamiento a la junta con el alfonsinismo, y antes -como hoy está comprobado- que el enjuiciamiento de los crímenes de la dictadura sea una causa sentida por una gran mayoría de nuestro pueblo.

Estamos a favor de que estos juicios sigan en camino, sin embargo, el enjuiciamiento a los militares es sólo una pequeña parte de la deuda que tenemos con los compañeros desaparecidos o muertos por la dictadura. Antes como ahora la reivindicación de los derechos humanos tienen que ver con la igualdad de posibilidades para todos, para conseguir trabajo y que este bien remunerado, tener acceso a una salud de alta complejidad que atienda a las necesidades de las personas, tengan o no dinero, que nuestra educación sea moderna atendiendo a las necesidades de investigación que demanda la actual sociedad del conocimiento, que la cultura se encuentre al alcance de todos y en todo nuestro territorio. Dejar que el gobierno maneje las consignas es simplificar en los juicios lo que significaba un proyecto de país diferente.

El campo popular no está teniendo organizaciones capaces de disputar ideológicamente a la burguesía la dirección de las reivindicaciones históricas de nuestro pueblo, caen continuamente en luchas insignificantes, por no tener un verdadero proyecto político que sea alternativa a este sistema. Luchan por ganar un simple lugar en una plaza como si ese fuera el objetivo de la lucha, se siente que les han arrebato las banderas de los DDHH, históricas de la izquierda y hoy en manos del gobierno. Y no solamente el gobierno se apropió de estas banderas sino que le impone un sello peronista como si todos los desaparecidos hubiesen pertenecido a sus filas, y no a una amplia gama de organizaciones del campo popular y revolucionario.

Con esto queremos decir que la burguesía ha llenado de alguna manera todo un espacio político, cultural, educacional, ideológico en su concepción, capaz de imponerse hegemonizando los diferentes campos, captando no solamente a su militancia creída de estar realizando una revolución sino también a todo el espectro de partidarios de la izquierda reformista que piensan que en este país para ser revolucionario hay que ser peronista y que el único sistema posible es éste capitalismo de apariencia humana.

Sin embargo, es importante recalcar, que el problema esencial no es que la burguesía tenga un proyecto hegemónico para asegurar su dominación; sino que este posible y estable porque el campo popular, que recién ahora empieza a despertar de un largo letargo, todavía no ha logrado construir una organización que los represente, que plasme sus necesidades a corto, mediano y largo plazo, que elabore políticas para cambiar las relaciones de poder y genere las condiciones para que el sistema se transforme en un sistema de producción socializada y deje de ser un sistema capitalista de apropiación privada.

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